sábado, 26 de junio de 2010

La cancha de la vida

Un niño le dijo a su padre que quería ser un líder, y le preguntó cómo podía lograrlo.
El padre le respondió que lo primero que tenía que hacer era ser consciente de su conducta. Que cada vez que sintiera que había hecho daño a una persona, clavara un clavo en la cerca de su casa.

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El hijo aceptó el reto y empezó a tomar mayor conciencia de sus actos. Siguiendo el consejo de su padre, comenzó a poner clavos con el martillo cada vez que hada daño, maltrataba a persona o no la respetaba.

Después de un tiempo, el hijo dejó de poner clavos en la cerca porque ya era consciente de sus actos y trataba bien a las personas.

Entonces preguntó a su padre:
-¿Y ahora qué hago?
El padre le respondió que por cada acto de buen servicio que realizase, sacara un clavo de la cerca.
El hijo nuevamente aceptó el reto y empezó, poco a poco, a sacar los clavos. Ya estaba despierto, era consciente y además se dedicaba a ayudar a las personas. En poco tiempo logró todos los clavos.

Contento, se acercó donde su padre, quizás con un poco de soberbia y exclamó:
-¡He terminado! ¡Logré sacar todos los clavos! Finalmente he aprendido a ser una mejor persona, un líder.
Sin embargo, acto seguido lo asaltó una duda:
-¿Ahora qué haremos con todos los huecos que dejaron los clavos en la cerca?

El padre le respondió:
-No los toques. Están allí para recordarte siempre que en su camino de aprendizaje dejaste una huella de dolor en la gente y que gracias a su entrega, comprensión y colaboración ahora puedes ser la persona que eres.

Extraído de “La Cancha de la vida, Llega a lo más alto sin perder la cabeza” FERRÁN MÁRTINEZ. Barcelona. Bresca Editorial 2007

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